COLECCIONES:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

       
La soberanía Catálogo de muertes heroica La soberanía La soberanía

José Antonio

Guerrero Reyna

Ascuas de papel

Carlos Wamba

Catálogo de muertes

heroicas

Leslie J. López

Signos fulgurantes

Chus Antón

Torbellinos y amapolas


MANIFIESTO INOPORTUNO / IMPERTINENTE / IMPENITENTE

Cualquier producto humano que aspire a ser obra de arte debe ser inútil, distanciándose así de los productos de la artesanía y de la industria. Inútil a efectos prácticos: un adorno.

Como aspirante al rango de arte, la poesía debe pretender ascender a esa categoría: la inutilidad.

Los objetivos e intenciones de la poesía, el mensaje, su producto, y sus mecanismos aspiran por tanto a ser universales y eternos para convertirse así en paradigma de los registros cognitivos de todos los receptores de la emisión y acceder a la conexión con el lector global mediante una ilusión de comunicación, esperanzada en la coincidencia esclarecedora.

Esa búsqueda necesaria de la universalidad del mensaje en los espacios y los tiempos obligatoriamente, necesariamente debe impedir la implicación, tanto del autor como de su producto, en territorios perecederos o coyunturales como la política, la economía o las luchas sociales o fronterizas: el pecado del arte: su utilidad.

La poesía puede y debe ser, sin pecado, un adorno.

Y la espada del poeta, que es su pluma, debe servirle para asestar golpes fatales al sectarismo, al gregarismo y a la comunión sensiblera, asténica y pusilánime con los tópicos oportunistas, todo ello sólo en aras de la individualidad y la verdad con mayúsculas.

El poeta se exhibe impúdicamente: exhibe impío su desnudo más profundo, exhibe sus secretos más recónditos, más descarnados y los más vergonzantes incluso y lo hace con adornos (sin pecado), humilde y modestamente, vistiendo el rigor de la exposición con tenues velos: alegorías, metáforas, imágenes visionarias y algoritmos rítmicos con una humildad pedante y soberbia aunque desprendida, valiente y veraz aunque cruel para los vanidosos, con una modestia militante y violenta.

El poeta se desconstruye generosamente para relatar su historia con subterfugios bellos y así hacerla digerible a los extraños.
El poeta que ofrece, franco paso, el puente hacia su intimidad construido de sus propias palabras, quiebra su cáscara para quedar expuesto a todo.

Los poetas de esta colección habrán escrito poco o mucho pero habrán vivido más. No se habrán limitado a un laboratorio de plagios de mesa-camilla.
Habrán decorado su gabinete con grabados de sus maestros muertos y habrán dejado un marco vacío para colgar el suyo hecho de sus propias palabras, cuando lo considere merecido, cuando escriba de manera diferente a sus modelos, cuando su producto sea propio y único, cuando la sospecha de plagio se haya vuelto insostenible.

El verdadero poeta no vive en su mesa-camilla, viaja por senderos lógicos, por pasillos trágicos, por campos de batalla, por laberintos lineales, por deseos futuros, y en ese tránsito exuda gloria, regala sangre, exhibe vísceras y adora que sus rapsodias sean oídas para convertirse en espejo de su discurso y así mostrarse con adornos hurlantes mas sin tacha.

Esa predisposición del poeta es imprescindible para ponerse a disposición de la inspiración y llegar a convertirse en interfaz de las musas.

El poeta busca provocar en su lector la misma convulsión que en él provocó la primera dosis que tomó de esta substancia y que lo volvió adicto a ella.

El lector, por una coincidencia azarosa, rara y universal, por medio del texto, se observa a sí mismo revelado ante sí mismo, avergonzado y orgulloso de verse por primera vez como un extraño a sí mismo, sus pecados, sus debilidades, su heroica fortaleza, sus éxitos, sus derrotas, sus exilios y sus exequias, de manera descarnada aunque balsámica.

Ese lector no podrá ser otra cosa que un poeta, escriba o no, lo sepa o no, se envicie o no en lo sucesivo, convierta o no, con este hallazgo, su soledad recóndita en soledad productiva.

El lector se implica en este juego de exhibicionismo pornográfico y participa de ese ejercicio del que dimana una desvergüenza moral o un compromiso con la amoralidad; en todo caso, se trataría siempre de una superación de la moral al uso: convencional, arbitraria y coyuntural.

El lector así queda a salvo de los valsones cambiantes de la vulgaridad y concelebra con el poeta esta particular liturgia onanista.

Esta liturgia tenemos la suerte de poder oficiarla en castellano, la única lengua española que no se encuentra agonizante, vegetando, enchufada a los respiradores artificiales de la subvención o de la obligación legal, la única Lengua de España con ambición de universalidad, proyección comercial y futuro obvio.

Nuestra colección se ofrece como tribuna a aquellos poetas que, por no estar comprometidos, no pueden acceder a las publicaciones subvencionadas políticamente  y a aquellos que por ser inéditos tienen difícil acceso a las publicaciones independientes con solera y criterios más estrictos.

Tribuna para dar eco a aquellos poetas que no han perdido de vista las vanguardias, que prefieren la deshumanización y pureza frente a la poesía social, mal llamada poesía que solo consiste en versificación panfletaria.

Poetas progresivos y que ostentan el relevo de los últimos y novísimos maestros españoles del s.XX aunque contrarios a la emulación o el plagio.
Arropamos a estos poetas con unas cubiertas donde el laurel dorado que pinta sus nombres recibe de los diferentes pantones, elegidos  por el tono de la obra, diferentes enarmónicos significativos, percibidos de manera distinta aún siendo el mismo refractario de la misma emisión sensorial como ocurre con la verdadera poesía: igual, decididamente personal e inexcusablemente diferente.

La reverberación dorará el título de la obra, devenida eterna en el momento de su publicación, responsabilidad de aquel cuyos rasgos son retratados en portada con sus propias palabras, porque obviamente no publicamos personas, publicamos escritura.

Diferentes crónicas, diferentes protagonistas unidos por el blanco que el marchamo de la colección cala en los fondos.
Blanco, el único no-color o todo-color que no emulsiona.

La pureza de entendimiento y emisión, blanco inmaculado, sin pecado, sin necesidad de indulgencias, como un adorno elegante para poetas libres: nuestra clase.

José Antonio Guerrero Reyna

 

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