COLECCIONES:

CARLOS WAMBA
Catálogo de muertes heroicas

ISBN: 978-84-15757-56-6
Año: 2022
Páginas: 62
Formato: 140 x 240 mm
Precio con IVA: 12 €

SIN PECADO UN ADORNO, 2

 

 

AMOR AL FILO

Por el hueco
la última vez.
Del ascensor al infierno de abajo,
tan de cerca y remota.
La última vez.
Yo te quise en un guiño
cuando colapsaban los tiempos.
Te ofrecí esta mano,
mi mano,
en el límite fijo.
(La escena más pura,
la mirada más clara
a una mirada de fuera.)
Y lavaste tus besos
un instante tan sólo.
Adiós.
Hay risas amargas.

 


EL autor:

« Es el momento de las recurrencias de las interrogaciones, de la memoria y del olvido. El sentido del estar aquí, los destinos, la muerte, el valor de la acción, la falsedad y la magia de las palabras y símbolos, y como agua siempre de fondo, la justificación del escribir, y del escritor.»

 

« Y hay poetas valientes que reciben la inspiración a pecho descubierto, y con su escritura hieren la verdad callada en su última capa, desentrañando lo que de verdad esta oculta, lacerándola y haciendo emerger por sus llagas la belleza profunda que habita bajo su superficie, esa belleza efímera que apenas vive una cuartilla de tiempo y muere como fluyó: heroicamente.»

 

DE MEMORIA:

UNA SEMBLANZA (POR JOSÉ ANTONIO GUERRERO REYNA)

Yo conocí a Carlitos a mediados de los 80, en la bodega Salazar de la calle García de Vinuesa, donde los “mágicos” (El Mágico Íntimo editor) habíamos quedado con los “raras avis”, (Rara Avis, revista de poesía) para vernos, tomarnos unas cañas y a ver si salía algo de aquella época de la Sevilla pregnante que acababa de parir varias publicaciones de arte, literatura... (Er, revista de filosofía; Claros del Bosque, revista de literatura y pensamiento, Figura, revista de arte, y otras, cuyo olvido es de exclusiva culpa mía).

Por cierto, no puedo pasar por alto que, poco después de aquel primer encuentro, fueron los “raras avis”, los que se hicieron cargo de mí, -como FedEX al recoger un paquete-, cuando, por aquellas épocas me divorcié de mi primera mujer; y que fue, particularmente Carlos quien, como Atlas, apuntaló con sus cosas aquella torre de Pisa que yo era y que amenazaba con llevarse al infierno a cualquiera que pasara por su vertical, incluido él mismo.

Yo lo conocí entonces, mi mujer de toda la vida lo conocía de la Facultad y opinaba que era un pesado. Wamba siempre fue como aquel de Góngora: ”que no respetaba ni las uvas en la frente de Baco”.

Bueno, pues desde el día primero de la bodega Salazar ¿o era Morales?, estrechamos vínculos entre los mágicos (pepe Serrallé, Mario Goyre y el nota que suscribe) y los raras avis (Manolito Ferrand, David Fernández-Viagas y Carlos), las relaciones se afianzaron en poco tiempo y nosotros colaboramos en su revista y Carlos, bastante después, nos entregó un libro para editar, no me acuerdo cual fue, y que para nosotros dos fue siempre el del poema “Animal de un solo músculo” que era una transferencia alegórica de caracol a humano, o algo así. Magnífico.

En aquellos siguientes años al primer encuentro fuimos cambiando las bodeguitas decimonónicas por bares postmodernos como el Lamentable o el Poseidón, un pub que ocupaba toda una antigua casa señorial en la Plaza de Armas, al lado de la estación de ferrocarril donde coincidíamos casi todas las noches, donde el bullicio siempre te regalaba un par de pellizcos en el culo por parte de los efebos más liberados y donde una noche de pellizcos especialmente numerosa, descubrí a Carlitos que iba jugando con un lote de pinzas de tendedero en colores surtidos, fijándolos en mis bolsillos traseros con esos códigos de los maricones de Nueva York de la época: soy pasivo, me gusta mirar… y esas cosillas.

En fin que aquel libro no se publicó porque el Mágico cerró, o algo así y se reconvirtió en La Havana Española, un gabinete de producción gráfica, en sus principios.

No citaría esto si no fuera porque nuestra secretaria, Make Arnáiz de las Revillas acabó casándose con Wamba y, como mi mujer y ella se hicieron amigas, pues salimos en pareja bastante tiempo, o poco, el tiempo que duraron casados.

Recuerdo fines de semana en mi casa de la calle San Luis y en su chalet inglés de Punta Umbría.

En aquellos años nos buscábamos, o nos encontrábamos casualmente en lecturas, en presentaciones o en los Congresos Iberoamericanos de la Rábida que organizaban Jesús Aguado y  Concha Prieto (“Claros del Bosque”).

David, Carlos y yo estuvimos encargados de clases extras y actividades extraescolares de una academia sevillana de español para extranjeros.

También, casualmente, Carlos y yo fuimos los dos finalistas para representar a Sevilla en la bienal de Jóvenes Creadores que presentaba a Europa la Concejalía de Juventud y Deportes del Ayuntamiento de Sevilla, donde él salió ganador, por calidad según su versión; según otras habladurías por ser un familiar mío muy directo colaborador estrecho de Pedro Rodríguez de la Borbolla, el concejal, y mi designación hubiera sonado a amiguismo. Mi poema “La Aurora de Rosáceos Dedos” era inconmensurablemente mejor que el suyo.

También competimos los dos en un casting para un spot publicitario para la tele y le dieron el papel a él también, siendo yo el más guapo de los dos. Suertudo.

Carlos y yo nos veíamos en la Cartuja, cuando la Expo, también.

Un día en el Pabellón de Suiza, donde a él le gustaba soplar ese olifante alpino que había en las escalinatas, en la cafetería que tenía una pulcra tarima de metacrilato que pisábamos y que dejaba ver en un doble suelo lleno de serrín, cabezas de gambas, servilletas de papel usadas, colillas y huesos de aceitunas y fundas de altramuces, suelo típico de las tascas tradicionales sevillanas, mirándolo me dijo ¿Comprendes ahora los problemas de mi doble nacionalidad?.

Nos pasamos juntos unos días memorables en unas jornadas de 30 años de poesía joven española que, magistralmente, como siempre, organizó y gestionó Pepe Serrallé para el ¨Área de Cultura del Ayuntamiento Hispalense, donde nos medimos con poetas como José Mª Alvarez, Martínez Sarrión, Jenaro Talens, Luis Antonio de Villena, Jesús Munarriz y gente así.

Coincidíamos en muchas cosas y con bastante frecuencia.

Cuando conseguí plaza en el extranjero y nos mudamos a Tánger, patria chica de David Fdez-Viagas, Carlitos y él nos regalaron una brújula con la leyenda “Para que no perdáis el norte”.
Esos regalitos que le encantaban a Wamba.

Algunas veces miro, desmonto y vuelvo a montar para devolverlo al juguetero, un hipopótamo en plan matrioshka que me regaló un día como tesoro encontrado en un huevo kínder.

Y así siguió el tema tantos años, ya mucho por internet. Me mandaba sus cosas que, en algunos casos, eran libros enteros, definitivos provisionalmente o bromas y ocurrencias suyas.

La última vez que lo vi fue en la presentación de un libro mío en la librería de junto a las Setas, la del nota de pasapalabra, en la que, ya sabido que mi amigo y editor Isidro Herrera me hubiera comprometido la creación de una colección de poesía para su editora, Arena Libros, concretamos la publicación del último libro que me había enviado por e-mail con el asunto: “Goza”.

Aquel día los dos perfilamos otro proyecto del que hablaremos si hay lugar y que quedó huérfano.

Pocos meses después de aquellas últimas coincidencias Carlos nos dejó a todos perplejos yéndose sin avisar.

La publicación de su obra nos concilia con su recuerdo pero no palia el dolor.

José Antonio Guerrero Reyna

 

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