Unos cuantos
años de actividad editorial y unos cuantos títulos
publicados convierten a Arena
Libros en la realización de una experiencia
singular.
Nunca será bueno,
sin embargo, ningún momento
para airearla, y menos aún para presumir de ella.
Llamada al fracaso, su más que previsible asfixia
tras las primeras respiraciones no se ha producido.
Inadvertida para casi todos, invisible e inaudita para
ojos bien abiertos y oídos bien dispuestos, sólo
cabe decir que la trama de esa experiencia ya está al
alcance de quien quiera perseguirla.
La
mencionamos únicamente para subrayar que su
existencia sobrepasa la dimensión del proyecto, y que,
ahora que hablamos, ya no lo hacemos para declarar la sencilla intención de
llevarla cabo o para prever, con mayor o menor
determinación, su próximo y deseable cumplimiento. La
mencionamos también para decir que nosotros, los
editores, no somos esa experiencia. A ella le debemos lo que somos y ella nos ha
vuelto incapaces de decir quiénes somos: nunca
estuvimos hechos para la identificación.
Nuestra
actividad editorial es independiente («non
serviam»).
Tanto que lo es incluso de quien efectivamente quiso
proyectarla.
¿Qué independencia?
El etiquetado fácil, una vez conocida la
lista de nuestras publicaciones, no vacilará en
tenernos por una editorial independiente. Tendría razón: Arena
Libros es sin duda una editorial independiente,
pero de un modo tal que es también algo distinto —no
más, no menos— que una editorial que proclama y
practica su independencia.
Entremos en el debate: ¿de
qué se es independiente? ¿Del mercado? ¿De nuestro
medio cultural? Pero ¿acaso no se depende siempre y
fundamentalmente del mercado para existir? ¿Acaso
se puede soñar siquiera con no depender de nuestro
medio cultural, con abandonar las expectativas con
respecto a la cultura, en donde, una vez que se sale a
la calle, no se puede no querer incidir? Por supuesto
que queremos nuestra independencia, pero antes, y más
que eso, queremos nuestra singularidad (y su exigencia).
¿Qué
dice esta exigencia: «imponte en el mercado para poder
así hablar en voz bien alta de lo que quieres decir»?
¿O tal vez dice: «no te distraigas de tu objetivo y pon todo tu empeño en
hablarle a los medios culturales de su necesaria
renovación»? Por eso, se dice muy poco con atribuirse la
independencia y hay que prolongar el cuestionamiento
hasta el ámbito de lo comercial o de lo cultural. ¿Editorial
comercial? ¿Editorial cultural? Ni lo uno ni lo otro.
Ni comercial ni cultural. Arena
Libros reclama para sí la fuerza elemental de
resistencia que procede de una disyunción que no se ha
de resolver asumiendo ninguno de los dos términos en
que se formule la alternativa para lo que parece que
debe ser la razón de existir de una editorial: o
bien comercial, o bien cultural.
¿No
es al fin y al cabo Arena
Libros una empresa editorial? ¿Debe prevalecer el interés
comercial, si, dado que en principio no ha de haber
otro modo de obtener ingresos, una empresa ha de salir
al espacio, libre y no restringido, abierto a todos los
proyectos, que llamamos Mercado?
¿No
es Arena Libros, en cuanto agente de cultura, una especie de
servicio público como a tantos les gusta presentarse? ¿Debe, si la naturaleza de esa misma
empresa consiste en denunciar la falsa hegemonía del
Mercado y sus fetiches, anteponiendo en esos mismos
productos —los libros— su valor de verdad o su
contribución al progreso que llevará al hombre hacia
su más plena humanidad, debe por tanto anteponerse el interés
cultural sacrificando la fácil comercialidad en
aras del que sería el más noble de los combates: el de
la Cultura?
No.
Y cuando respondemos que no, sabemos que eso no
significa que haya otra alternativa: no hay alternativa.
«No» significa: «ni lo uno ni lo otro». «No»
significa: «ni sí ni no». «No» significa también: «aquí no nos
encontraréis, aquí somos invisibles». ¿Quién
nos conoce?
¿Empresa comercial?
No
obstante lo dicho, Arena
Libros está en el Mercado.
Está
en su margen: porque es una editorial que no
puede menos que verse desplazada por aquellos grupos que
lo ocupan en su práctica totalidad (y no sólo por su
tamaño, sino porque tal mercado ha de ser el lugar
natural para aquéllos cuyo primer interés está en la
cuenta de resultados). Sin embargo, desplazada, fuera de
sitio, habitando un lugar sin lugar, Arena
Libros, que no se ha propuesto la marginalidad
como meta (que, por eso, ni siquiera la ha logrado:
porque no la ha buscado), puede poner su actividad
editorial al margen del margen y hacer suya una
cuasiclandestinidad, en la que se encuentra como en
casa.
Está
en sus intersticios: porque, aunque de entrada un
libro no es opaco, convertido éste en un producto
extraordinariamente fetichizado, multiplicado por sí
mismo en infinidad de publicaciones, y reducido a
expresar una más que dudosa y desde luego evanescente
novedad, su acumulación, su volumen prescriben como único
propósito para cada uno de los libros editados por Arena
Libros el
colarse o infiltrarse entre ese espesor. No, como debe
ser evidente, para llenar un hueco, cubrir un vacío o
remediar una laguna, es decir, para darle de nuevo
satisfacción al Mercado y su pretensión de
omnipotencia, sino para subrayar esa falsa
omnipresencia, de modo que el libro que asoma por sus
intersticios no sólo diga que «él faltaba», sino que
está ahí, en el intersticio, en la grieta, en la
fractura, y todo el tiempo en que está ahí sigue
diciendo que «él falta», afirmando, no tanto su
presencia, como su ausencia.
Está
en su centro: porque la actividad desarrollada,
poco importa que impuesta por las circunstancias, tiene
como resultado un radical cuestionamiento del Mercado
con respecto a la vida del libro. Aunque, de nuevo, no con
el ingenuo propósito de enfrentarse a él, y mucho
menos el de buscar su destrucción o su desaparición.
Incluso para el libro no hay otro horizonte a la vista
que el Mercado. La modestia de sus medios, la
precariedad de su existencia, lo rebuscado de sus propósitos,
el cortísimo alcance de sus declaraciones, nada de eso
le impide a Arena
Libros ser expresión de una radicalidad que nos
lleva al centro del debate en torno a las condiciones de
posibilidad para la existencia de quien no se conforma
con ese omnímodo poder. Impugnación del centro que se
convierte en centro desplazado de eso impugnado. Deserción
del centro que, cuanto más se realiza, más ocupa ese
mismo centro.
¿Empresa cultural? ¿servicio público?
No obstante lo dicho, Arena
Libros vela por la Cultura.
Vela,
pero no trabaja por ella. Tampoco para ella. Y menos
aún, por supuesto, contra ella.
Ahora
sí que nos encaminamos al fondo. Acompáñanos,
improbable lector, y juntos enfrentémonos con lo
dificultad.
¿A
dónde lleva hoy editar libros? ¿Qué otra cosa
podríamos desear hoy que, gracias a los libros, se produzca el progresivo
enriquecimiento de una cultura que en todo momento
colabora para hacernos mejores? Hoy está en
juego algo mucho más
importante que el enriquecimiento de la cultura. Sucede
así desde el momento en que tantos signos, en lugar de al
florecimiento de una cultura, han terminado apuntando a
los sucesivos «decesos» con los que nos fue
obsequiando la escasa prodigalidad de la llamada «crisis
de la modernidad». Tras aquellas pomposas muertes del
arte o de Dios, el AUTOR, desvanecido entre el incienso
de la fama o borrado incluso en el fulgor de su propio
nombre, se hundió hace tiempo, sin que se derramaran
demasiadas lágrimas por su pérdida; tras él, el
LECTOR, neutralizado a través de la más formidable
maquinaria de normalización de las conciencias que haya
existido, también parece destinado a dormir el sueño de los
justos en la
cripta de su existencia anestesiada. Estando el EDITOR a igual distancia de la
escritura y de la lectura, ¿correrá la misma suerte
que aquéllos? ¿Le ha llegado así también el fin al
LIBRO? Pero tal vez el libro, precisamente porque es
posible cerrarlo, porque indefectiblemente se acaba cada
vez que se acaba, porque aporta ese fin que él lleva
dentro para que él mismo pueda empezar a existir, tal
vez por eso, él es una clase de cosa que, siendo
especialmente apta para acabar, no puede acabar nunca:
una cosa infinita.
Publicar libros de infinito, subrayando y preservando el
infinito de los libros, es una de las pretensiones de Arena
Libros, si es que en el nombre con el que se
denomina, y en el que se reconoce, se deja escuchar la
voz de Borges y su aspiración a describir cómo sería
un libro infinito. Arena
Libros lo pretende, pero ya lo ha hecho: Arena Libros, en su colección titulada «LIBROS DEL ÚLTIMO
HOMBRE», publica relatos cuya característica común
podría ser estar o ponerse en las últimas, esas
que a pesar de todo desplazan sin fin el límite en que
se encuentran. Alguno de ellos, sin ninguna duda, es un libro infinito.
De
este extraño modo, Arena
Libros vela por los «fines» de la Cultura. Al igual que lo hace
también por sus «obras», pero eludiendo precisamente
la prevalescencia de éstas sobre aquello que las hizo
posible. La Cultura se llena de satisfacción con sus
productos acabados, con sus obras, y da por bien
empleados (y enterrados) aquellos balbuceos, aquellos
callejones sin salida, aquellos silencios monumentales e
inabordables que la obra durante tanto tiempo fue, antes
precisamente de ser. Fallas e interrupciones, gestos de
abandono y de desesperación, ausencias, olvidos,
azares..., todo ello desempeña su papel en el acto
creador, pero todo ello también, para la obra de
cultura, es sencillamente nada. Una nada de la que, sin
embargo, no le será posible desembarazarse a una
ESCRITURA que ya ha doblado la esquina y está de vuelta
sobre sí y sobre lo que la trajo hasta ese punto.
Atraídos
por ella y su exigencia, se ha llegado a un momento en
que ESCRIBIR ya no se contenta con lo escrito, en que ESCRIBIR ha perdido su función subordinada a la
comunicación, en que ESCRIBIR ya no se hace para
cumplir el encargo de decir sólo lo que el ESCRIBIR
mismo ha
aprendido, y quiere ahora decir lo que sabe (e incluso
lo que no sabe), y convertirse en
una operación de «reconocimiento», donde siente que
en su interior se reúne no sólo lo que él hace, sino
la condición de posibilidad de eso mismo que él hace. «TIEMPO
AL TIEMPO».
Arena
Libros no tiene la patente de este modo de
actuar y no es evidentemente la única que pone en juego
y en práctica todas estas consideraciones, pero sabe
sin duda lo que hace y que lo hace. Con esa intención Arena
Libros ha abierto una colección llamada «FILOSOFÍA
UNA VEZ». En ella se da acogida a textos
en que se dibuja el mapa de los tortuosos meandros de
ese recorrido. Por su cauce discurre una «voluntad de
verdad» empeñada en perseguir ese movimiento de
retorno por el que tal operación —ESCRIBIR— no
culmina, como sería natural, en la obra, que ha quedado
definitivamente atrás, fuera de alcance, sino en la
exhumación de lo que a ella la vacía de sentido, de lo
que le da la vuelta y la invierte, haciendo que pase, de
actividad que era, a pasividad creadora. Por esos textos
pasa cierto pensamiento en el que vemos perfilarse el
rostro de una «potencia de desobra» o de una «parte
de imposible» que, a la manera de un fuego que la
consume, alimenta y hace existir ese movimiento
paradójico que, en la obra, no acaba con la obra.
Todo
ello nos pone en el apuro de tener que responder a una
pregunta desestabilizadora para la actividad a su modo
«pública» de una empresa editorial (es decir,
cultural, es decir, comercial): ¿Cómo hacer para que, a pesar de haber sido dados a la publicación,
ciertos libros permanezcan rodeados del silencio que les
es propio? ¿Cómo hacer para que los libros
contengan obras que a su vez dejen pasar en ellas la
potencia de desobra que las excava sin fin? ¿Responder?
Pero sólo el libro puede responder y nadie o nada deben
ocupar su lugar. Ya lo dijo memorablemente Mallarmé:
«Tal [el volumen, el libro], sepa, entre los
accesorios humanos, tiene lugar completamente solo:
hecho, siendo.»