OJOS
Ojos que clavan
sus palabras
en el centro de la frente
como arpones.
Ojos que escuchan cerrados
Ojos que huyen
Ojos sin contenido
Ojos en subjuntivo
Ojos excavadores
Ojos opacos
Ojos que besan ardientes
Ojos de hacer un doble
salto mortal
y zambullirse en picado
Ojos de buey
para observar el mar
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A Chus Antón, empezando por Madrid, donde nació, le ha cabido acoger —como a todos— una serie de
existencias entre las que ella se ha ido moviendo. Infantil, familiar y de estudiante primero. Vagamente cosmopolitas
después, con sus viajes, sus músicas y su trabajo de enseñante en el extranjero.
Sin penalidades —o casi— ha pasado por la tierra de nadie de un mundo de aventura, para recalar al fin en una
existencia tal vez imprevista o acaso preparada desde el principio, la más difícil de calificar: la existencia literaria- Iniciada con la publicación en 2021 de su poemario Torbellinos y amapolas, su primer libro, al que le
sigue este Habla. Del que se espera que no le pierda el gusto, le siga siendo fiel y traiga detrás de sí alguno más.
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Pedir la palabra, como hace este libro, es el objeto de cualquier ejercicio literario. Ya sea en prosa, ya sea en verso, el habla que viene de ese derecho reclamado y concedido es anterior al modo en que se expresa. Ella está desnuda antes de haberse vestido con el ropaje del relato o del poema. Con ella viene sólo una voz y las diversas
experiencias que ella trae.
Habla. Nada tiene esto que ver con una autorización para alzar la voz concedida a quien toma la palabra, nunca
con una sola intención, nunca en un único tono, nunca para un único fin. La grandilocuencia es el recurso frus trado
de los incapaces de hacer otra cosa que llenar sus libros de pompa y altisonancia.
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La autora, Chus Antón Gumiel, no sin orden y no desprovista de intención, ha recopilado en su libro una serie de relatos y de poemas. El título al que se acoge, Habla, está ahí propuesto para que el libro haga exactamente lo que dice: hablar. Para ella no se trata sólo de estar en lo que dice y de ser quien lo dice, sino finalmente de ser lo que dice. Porque quien lee su título (empezando por su autora) está automáticamente tanto dentro como fuera de lo que dice: recibe la orden de hablar y da a su vez esa misma orden.
Su unidad no se la da una temática o un propósito, no depende en último término de lo que se cuenta en él (aunque esto no sea despreciable), sino de la relación que la autora establece con cada una de las piezas en prosa o en verso que componen su libro, donde, al mismo tiempo que con su título ella habla, hace que hable también tanto el lector como el libro mismo. E incluso la propia habla puesta al habla.
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