Hubo una primera relación con la tierra al comienzo del exilio. Fue durante la búsqueda de objetos: monedas, cadenas, clavos, puñales, bronces⁄ más lejanas, fíbulas y falcatas. Contemplar la tierra, arañarla, cavar. Siempre la tierra como superficie a penetrar, como aquello que se interponía entre el tesoro y yo.
Desde que tuve conocimiento de las fechas en que sucedieron dos hechos relevantes en la vida de James Joyce, no pude evitar el colocar mi propio nacimiento bajo la doble advocación. Como jugador, nunca logré sustraerme al mensaje de los números. Siempre he leído los signos del mundo en clave numérica para posibles apuestas.
Tempranamente supe del año de la muerte de Joyce, 1941. Un 2 de septiembre Joyce escribió la primera de "estas sucias cartas mías". En ese día de 1909 se abrió la fecunda correspondencia con Nora, etapa nombrada por los biógrafos, tomando las palabras del escritor, como "las cartas sucias". Apresado entre esos dos acontecimientos, nací el 2 de septiembre de 1941.
Ignoré durante muchas décadas que mi tan valorado Jean Pierre Brisset había muerto, también, otro 2 de septiembre, en 1919.
Al terminar el 2021, la televisión me mostró la primera plana de un periódico, recordándome el fin oficial de la Segunda Guerra Mundial. Esa noche me arrancó del sueño, a las 05:30, una frase: "Entré en guerra el 2 de septiembre de 1941. Capitulé el 2 de septiembre de 1945."
Capitular es el verbo japonés de mi gramática infantil. A mis cuatro años los aparatos opresivos habían culminado su acción civilizadora. Pero, nacido en fecha de muerte, ese niño era una carta sucia, un naipe marcado