¿Cómo
comprender esta intimidad entre el futuro y el original? El filósofo
del futuro es al mismo tiempo el explorador de los viejos mundos,
cimas y cavernas, y sólo crea a fuerza de recordar algo que fue
esencialmente olvidado. Ese algo, según Nietzsche, es la unidad
del pensamiento y de la vida. Unidad compleja: un paso para la
vida, un paso para el pensamiento. Los modos de vida inspiran
maneras de pensar, los modos de pensamiento crean maneras de
vivir. La vida activa el pensamiento y el pensamiento a su
vez afirma la vida. No tenemos siquiera idea de esta unidad
presocrática. Ya solamente tenemos ejemplos donde el pensamiento
embrida y mutila la vida, la sienta, la vuelve juiciosa, y donde
la vida se toma la revancha enloqueciendo al pensamiento y perdiéndose
con él. Nosotros no tenemos otra elección que entre vidas
mediocres y pensadores locos. Vidas demasiado sabias para un
pensador, pensamientos demasiado locos para un ser vivo: Kant y Hölderlin.
Pero la bella unidad sigue sin encontrarse, de tal manera que la
locura no sería lo mismo que ella —esa unidad que convierte una
anécdota de la vida en un aforismo del pensamiento y una evaluación
del pensamiento en una nueva perspectiva de la vida.
El
secreto de los presocráticos, en cierta forma, estaba ya perdido
desde los orígenes. Debemos pensar en la filosofía como en una
fuerza. Ahora bien, la ley de las fuerzas es que ellas no pueden
aparecer sin cubrirse con la máscara de las fuerzas
preexistentes. La vida debe en primer lugar remedar la materia. Ha
sido necesario efectivamente que la fuerza filosófica, en el
momento en que nacía en Grecia, se disfrazara para sobrevivir. Ha
sido necesario que el filósofo adoptara las maneras de las
fuerzas precedentes, que tomara la máscara del sacerdote.
El joven filósofo griego tiene algo del viejo sacerdote oriental.
Actualmente todavía nos engañamos en esto: Zoroastro y Heráclito,
los hindúes y los eléatas, los egipcios y Empédocles, Pitágoras
y los chinos —todas las confusiones posibles. Se habla de la
virtud del filósofo ideal, de su ascetismo, de su amor por la
sabiduría. Nosotros no sabemos ni podemos adivinar la soledad y
la sensualidad particulares, es decir, los fines demasiado poco
sabios de una existencia peligrosa, que se ocultan debajo de
aquella máscara. El secreto de la filosofía, puesto que se ha
perdido desde los orígenes, sigue quedando por descubrir en el
futuro.
Era
por tanto fatal que la filosofía en la historia sólo se
desarrollara degenerando y volviéndose contra sí, dejándose
atrapar en su máscara. En lugar de la unidad de una vida activa y
de un pensamiento afirmativo, se ve cómo el pensamiento se otorga
la tarea de juzgar la vida, de oponerle pretendidos valores
superiores, de medirla con esos valores y de limitarla,
condenarla. Al mismo tiempo que de este modo el pensamiento se
vuelve negativo, se ve cómo la vida se desprecia, cómo cesa de
ser activa, cómo se reduce a sus formas débiles, a formas
enfermizas, únicas compatibles con los llamados valores
superiores. Triunfo de la «reacción» sobre la vida activa y
de la negación sobre el pensamiento afirmativo. Para la
filosofía, las consecuencias son garrafales. Porque las dos
virtudes del filósofo legislador eran la crítica de todos los
valores establecidos, es decir, de los valores superiores a la
vida y del principio del que dependen, y la creación de nuevos
valores, valores de la vida que reclaman otro principio. Martillo
y transmutación. Pero al mismo tiempo que la filosofía degenera,
el filósofo legislador cede el sitio al filósofo sumiso. En
lugar del crítico de los valores establecidos, en lugar del
creador de nuevos valores y de nuevas evaluaciones, surge el
conservador de los valores admitidos. El filósofo deja de ser
fisiólogo o médico para convertirse en metafísico; deja de ser
poeta para convertirse en «profesor público». Se declara
sometido a las exigencias de la verdad, de la razón; pero tras
las exigencias de la razón se reconocen con frecuencia fuerzas
que no son tan razonables, Estados, religiones, valores vigentes.
La filosofía no es únicamente más que el recuento de todas las
razones que el hombre se aplica para obedecer.
Gilles Deleuze