Hoy el ejercicio de la memoria es sustituido por la siempre disponible reproducción virtual de cualquier suceso. El automatismo de esta eficaz instantaneidad va disolviendo la profundidad desde la que antes destacaba el brillo de los acontecimientos. Las lejanas señales de lo transmitido que garantizaban la continuidad de nuestra existencia se van alterando al ritmo de su instantánea apropiación, acumulándose en un puro presente que termina por convertir en espejismo la firmeza del pasado.
Con la debilitación del ejercicio de la memoria se ahoga, a su vez, el aliento de la esperanza. Entregados a la compulsiva pasión de hurgar un material incesantemente al alcance quedamos absorbidos en una actualidad que no cesa de reclamarnos con sus hechizos: la esperanza, alejada ya de toda inquietud ante lo inaugural, se afana en asegurarse la aparición de variaciones condenadas a reaparecer con una eficiencia sin término. El presente, en fin, tampoco parece encontrar consistencia; forzado a agitarse en un vertiginoso continuo carece de las coordenadas en relación con las que alcanzar un reposo, un demorarse en sí mismo. El inasible curso de nuestra existencia es entonces lo más semejante a una abstracción.