«Hombres que son capaces de llorar escuchando música, ¿pueden ser capaces de cometer tantas crueldades sobre el resto de la humanidad? Hay realidades en las que no podemos creer. Y sin embargo... »
Simon Laks, compositor y violinista profesional, se convirtió en director de una orquesta... la de Birkenau-Auschwitz II. Su relato es una punzante interrogación acerca del papel de la música en la infernal empresa de exterminio. ¿Cómo «la más sublime expresión del alma humana» ha precipitado activamente a los prisioneros a su fin?
Un capítulo de la historia de la música que ningún historiador escribirá nunca. Únicamente esos dedos durante mucho tiempo estirados sobre el arco que tiembla pueden, sesenta años más tarde, coger una pluma para expresar ese drama.