Georges Bataille es autor de una obra llamada a la
diseminación. Alguno de sus libros: La summa atheologica, La historia del ojo, Madame Edwarda, La parte
maldita, El erotismo o Lo imposible, son o serán cossiderados —cuando el lector
acompañe con su penumbra la penumbra que viene de ellos— textos
fundamentales entre lo que se ha escrito en el siglo XX. Su obra
ha fascinado y ha irritado.
Del mismo modo
que Bataille supo concitar una extraña fascinación en torno a
sus libros y a su pensamiento, supo también en la misma medida
irritar a todos, empezando por Breton que reprochaba a Bataille
el complacerse en «lo más vil, desesperanzador y corrompido»,
y siguiendo por Sartre que, cuando Bataille manifiesta que
prefiere «ser un santo o un loco antes que un filósofo», no
duda en tacharle de «nuevo místico» y en acusarle de preparar
con La experiencia interior «un pequeño éxtasis panteísta».
Clasificado
—como no podía ser de otro modo— como un autor
inclasificable, Georges Bataille se ha convertido en autor de
una obra que no dejará de trastornar a quienes. quieran, tal
como ya ha hecho con quienes han querido, sacar algo (positivo)
de ella. La literatura, según sus propias palabras, «no se
puede reducir a servir a un señor. NON SERVIAM es, se dice, el lema del demonio». Por eso, su escritura se
codea con el mal, es decir, con la parte del demonio, y se
produce como un ejercicio de pura pérdida, o de permanente
dilapidación de unos recursos que se arrojan sin pensar en las
consecuencias, con la única intención de preservar su facultad
transgresora.
Por esto mismo, Lo
imposible no es una obra para la polémica ni para el escándalo.
La escritura de Lo imposible pretende contener una
violencia negativa que tendría que rebasar todas esas formas
simples de negación. En ese sentido, tal vez el título de su primera
edición en 1947, El odio de la poesía (donde aparte de
la palabra «odio» referida a la poesía habría que subrayar
también la preposición «de»), se refiera mejor a la clase de
trastorno hacia el que ella se orienta.
Lo imposible está a su vez formado por tres libros que contribuyen a recalcar su
radical excentricidad: no los coordinan ni los acontecimientos
que narran, ni los personajes que se citan en ellos (con los que
tal vez cabría hacer un juego sutil de identificaciones), ni
siquiera la posible verdad que expresan. Y, sin embargo, algo
los unifica dentro de su imposible unidad, donde la rabia y el
deseo que los penetran, el horror y la muerte que los habitan,
la angustia y el desenfreno que los animan, la violencia y el éxtasis
que los inspiran, reunidos finalmente en el estallido de una
risa imposible, desembocan en una clase de asfixia que no se
produce por el estrechamiento insoportable de los límites, sino
por la no menos insoportable pérdida completa de todo límite.
Mención aparte merecen los
personajes que se mueven dentro de un relato como Lo
imposible, es decir, los héroes de Bataille. Curiosos
"héroes" que viven una existencia trágica sólo en
cuanto que carecen absolutamente de destino: viviendo cuando ya
están privados de vida, añorando la muerte cuando ésta ha
perdido toda facultad de proporcionar un desenlace, deseando, en
fin, cuando el deseo literalmente no sirve para nada. Se ven
entonces arrojados a una existencia bañada en un extraño «erotismo»
(extraño para nosotros, natural para ellos), ése que, según
lo definió Bataille, es «la aprobación de la vida hasta en la
muerte». Ahí se encuentra la tremenda experiencia (imposible y
de lo imposible) que quiere encerrar Lo imposible: el
erotismo es cosa de vida y muerte; pero, precisamente por
eso, comunica necesariamente con la poesía y con la pasión
desordenada el odio que la alimenta, al tiempo
que ella misma la alimenta.