Un ídolo aterroriza al mundo político: el Pueblo.
Desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, incluidos los liberales, todos los partidos y sus líderes exhiben este ídolo. ¿Pero quién es este Pueblo cuyos portavoces procuran no definir nunca sus contornos? ¿Los pobres, las clases medias, los provincianos, la población nativa, las diversas comunidades culturales, los mártires fiscales? Lejos de ser una realidad identificable, el Pueblo no es más que un flatus vocis, una ventosidad bucal, que los parlanchines expelen a todo pulmón desde lo alto de su podio para lanzar una amplia red durante los períodos electorales o para movilizar a sus seguidores.
Vacía de contenido, la noción de pueblo permite a cualquier multitud pretender ser su encarnación y expresar sus frustraciones, sus indignaciones, sus arrebatos paranoicos, en las nuevas ágoras digitales llamadas redes sociales. Impulsada por la «decencia corriente» que le atribuyen los intelectuales convertidos a George Orwell, esta multitud denuncia, sobre todo, la creciente tiranía de las «élites».
Al igual que la palabra «pueblo», la expresión «las élites» designa un ser social fantástico. Se trata de elementos del lenguaje cuya función conocemos: sustituir la precisión por el simplismo y, así, agravar
Frédéric Schiffter, imbuido de sarcasmo filosófico, practica lo que él mismo llama «filosofía sentimental». Ésta es una sabia combinación de vivencias personales (nunca heroicas), apreciaciones subjetivas sobre el pensamiento y los pensadores de su tiempo (sin distinción de escuelas y sin preferencias) y la lectura de sus autores de cabecera: Montaigne, Gracián, Schopenhauer o Cioran (con Clément Rosset ante todo).
Todos sus libros son una imagen del propio autor (que sin embargo no se presenta como modelo de nada), construida a partir del afán de destacar sólo por la voluntad de no destacar. Imagen común a lade a quella clase de filósofos que quizás alcanzó su esplendor al margen de Sócrates y de su modo de concebir un saber universal acerca del hombre y de su conocimiento de sí: filósofos que podrían denominarse altersocráticos.