COLECCIONES:

El libro del reloj de arena

AGUSTINA IZQUIERDO 
El amor puro

ISBN: 978-84-95897-85-5
Año: 2012
Páginas: 120
Formato: 149 x 220 mm
Precio con IVA: 12  €

Libros del último hombre, 26

Traducción:
Manuel Serrat Crespo

EL AUTOR Y SU LIBRO:

En 1993, el mundo literario francés se ve sacudido por la irrupción de lo que no se duda en calificar como una obra maestra, El amor puro, de una autora perfectamente desconocida (aunque ya antes ha publicado una novela, también de indudable valor: Un souvenir indècent). Su autora responde al nombre de Agustina Izquierdo. De ella se sabe lo que su casa editora ha transmitido: de origen español, hija de exiliados en Francia de la guerra civil española, vuelta con el tiempo a vivir a la Cataluña de sus padres, donde se pierde su rastro. Nada más: una ilustre desconocida que escribe, según todos los críticos, un francés admirable.

Pero también desde el primer momento surgen las voces de aquellos que sospechan acerca de quién puede estar detrás de ese nombre: Pascal Quignard, es decir, la «mano izquierda» de Pascal Quignard, según afirma en Le Monde Josyane Savigneau, mano encargada de escribir más libremente acerca de sus «obsesiones eróticas». Atribución que ha tenido por parte de Quignard una airada respuesta: «Se me imputan cuatro pseudónimos. Todos son falsos. Lo difícil en la vida colectiva es que no podamos defendernos de imputaciones calumniosas sin acreditarlas. […] Hay que despreciar. Aquí, incluso, hay que callarse.» Pero...

El editor francés de El amor puro dice tajante: «Agustina Izquierdo no es Pascal Quignard. Editor de todos los libros de Agustina Izquierdo y de dos de Pascal Quignard, estoy, creo, bien situado para desmentir y hacerlo categóricamente.» A lo que, sin embargo, el crítico literario de la misma revista responde: «Lector hasta hoy de todos los libros de Pascal Quignard y de dos novelas de Agustina Izquierdo, estoy bien situado para mantener que, en cualquier caso, quien narra es Pascal Quignard…» Quizá ambos tenían razón.

Hoy, El amor puro es una obra casi anónima. Excesiva. Vuelta a la oscuridad de la que salió, Agustina Izquierdo sigue tan desaparecida como lo estuvo siempre. Por su parte, el silencio de Quignard se ha convertido en el tácito asentimiento de su autoría. Porque, incluso callado, como él mismo pedía quedarse, se prolonga el juego de su atribución, que prosigue por lo que no puede ser un simple azar, cuando otro crítico señaló que «Agustina Izquierdo» es el anagrama de «oui taisez Quignard» («sí, calle a Quignard» o «sí, cállese Quignard»). De modo que Quignard, callado, mantendría El amor puro al margen de su obra, no tras un nombre falso, sino tras un nombre que sólo nombra la petición de silencio del propio Quignard. Un silencio que, sin embargo, escribe y se propone como secreto de la escritura.

Misterio de un nombre que a su vez se sitúa al lado del misterio de un título no menos desconcertante: El amor puro. No «un» amor puro, el de la pasión amorosa de los protagonistas del relato, sino «el» amor puro. ¿Cuál es ese amor? ¿En qué consiste su pureza? Tal vez la lectura de este libro nos lo podría decir, pero siempre y cuando lo leamos, porque él, el libro, parece cerrarse sobre sí mismo, expulsando de sí a cualquier lector, denunciando su artificialidad con sus últimas palabras: «cuando leemos, siempre fingimos leer.

 
VOCES DE LA CRÍTICA:

La primera línea lo anuncia ya todo: «¿Quién puede escapar a lo que la palabra deseo dice?» (Manuel Serrat Crespo, el conocido traductor, firma aquí uno de sus mejores trabajos). En una Cataluña del XVIII bien detallada y documentada, se nos cuentan los amores terribles y absolutos entre un pobre sacerdote músico y bastante jansenista y una sencilla criada analfabeta de una familia de la alta clase funcionarial, que por cierto es un personaje de un relieve fascinante. Ambos son atrapados en las redes de un deseo total y van sucumbiendo, como en un majestuoso rito ancestral, a las exigencias de la carne, que si son simplemente aceptadas por la mujer, provocan en el hombre un infernal debate moral y religioso.

Se trata entonces de un amor totalitario, que se impone a los personajes de manera tan absoluta como fatal, por encima de sus mismas identidaddes. El sacerdote es músico, compone y toca piezas para laúd; también es maestro de coro, pero para él la música es una especie de pecado, que se duplica después en brazos de la criada, pues son «dos maneras de ofender a Dios». Su rigor jansenista choca con la naturalidad elemental de la mujer, cuya moral y religión, por el contrario, nacen de la naturaleza.
Dios, la música, el sexo, el amor y la muerte presiden esta emocionante y sencilla historia. No se trata estrictamente de una novela erótica, aunque la intensidad de la pasión descrita sea asombrosa. Pero la exacta y objetiva belleza de su prosa redime cualquier concesión al subgénero.

Rafael Conte

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